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París se encuentra a 16 kilómetros de México

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Como todo en la vida, las cosas no pasan solas. Hay que hacer que pasen con el esfuerzo diario y con metas claras.

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Como todo en la vida, las cosas no pasan solas: Hay que hacer que pasen con el esfuerzo diario y con metas claras.

Si leyeron mi artículo anterior, sabrán cómo terminé en esto de la nutrición y el ejercicio. Muchas cosas han acontecido en mi vida, que lejos de amainar mis ánimos, me retan cada día a ser mejor y fijarme cada vez retos que a otros les parecen “locuras”.

Así como hay un dicho que dice que: “la basura de un hombre es la riqueza de otro”, en mi caso, lo que para otro son mis locuras son mi forma de mantenerme cuerdo en un mundo que a veces ni entiendo. Y el ejercicio es una de mis locuras…

Este año me quedan dos metas por cumplir. Dos carreras Spartan para completar mi trifecta y obtener esa medalla que sólo unos pocos tienen el orgullo de exhibir al haber completado los tres trayectos de 5, 13 y 21 kms llenos de obstáculos.

La Spartan, como la vida fue un hallazgo increíble que gracias a una de esas personas con las que te topas y que por alguna razón el de arriba me puso en la agenda. Cuando realicé la primera sólo sabía que era muy fuerte, y no fue ninguna decepción. Desde arrastrarme por lodo debajo de alambre de púas, escalar lomas con un saco de arena a cuestas, caminar dentro de un lago congelado, o brincar encima de barreras de varios metros; y por supuesto, el toque final, la barrera de fuego. Todas fueron pruebas superadas, y aunque a momentos no veía el final, siempre tenía en mente dos cosas: El ejemplo a mis hijos, y una persona que quería mucho esperándome en la meta. Debía terminar, debía demostrarme a mi mismo, y esperar por el beso de esa persona que me esperaba.

Las carreras de maratón, aunque menos “incidentadas” son parte de lo mismo. La demostración de que tu espíritu es más fuerte que tu cuerpo, y que tus objetivos los puedes alcanzar, no importa el dolor que en el camino puedas sufrir.

Las carreras son como la vida misma. Y en mi caso, el entrenamiento en El Desierto de los Leones en México es un poco eso.

No pretendo ser un gurú inspiracional como Tim Robbins, pero creo que compartir un poco mis sentires y dolores, no sólo es una forma de catársis, es una forma de retarte a tí que me lees. Para llegar al kilometro 42, debí comenzar en algún momento en el kilómetro 1. Y hoy día, mi objetivo de un maratón completo está al alcance de mi mano.

Un día domingo cualquiera…

Los domingos son MI día. Después de dos orcios, y de ser un padre abnegado por mis 4 hijos, entendí a golpes, que uno debe tener un espacio y momentos personales. Un día tuyo, que nadie puede comprometer, un día innegociable. Ese día es mi domingo.

Por cosas de la vida, que no son casualidades, gané el sorteo para correr en París en abril del 2015. Siempre he corrido 1/2 maratones, pero desde que quedé líbre, entendí que necesito recuperar quien soy, y retarme cada día. Así he asumido ese compromiso en Europa: Un reto que voy a lograr. Y para ello mi domingo realmente comienza los sábados.

Correr largas distancias es un reto físico, pero más mental. Y el sábado en la tarde voy bajando las revoluciones, empiezo a pensar en lo del domingo. Siento como hasta mi respiración se hace más profunda, y mi pulso se desacelera. Me hidrato mucho, como carbohidratos de bajo índice glicémico como mi nutricionista me ha indicado, y bebo mucha, pero mucha agua.

A las seis de la mañana, aún a oscuras suena ese despertador, y aunque el frío me empuja a la cama, mi primer reto es pararme de ella, desayunarme bien, y hacer la digestión al menos unos 45 minutos.

Subo al Desierto de los Leones, y la neblina es increíble. El termómetro de la camioneta me pica el ojo, y me dice: Seguro que quieres correr a 10 grados? Sin embargo, luego de pararme, y bajar del vehículo, el olor a pinos, a bosque, el mismo frio que penetra en mis pulmones hasta que duele, me dicen que hoy es un buen día para correr.

Hago un poco de estiramiento, hay que activar esos músculos y elongar las articulaciones. Sé a lo que voy, y no quiero lesionarme, quiero una buena carrera, quiero disfrutar MI tiempo, y sobretodo distender mi mente en el camino. Me persigno, me encomiendo siempre a Papá Dios para que todo vaya bien, y golpeo el pavimento.

Quienes corren como yo, saben que la mente poco a poco se disocia del cuerpo. Es como el famoso cordón de plata, casi te puedes ver desde fuera de tu piel pues tu mente pronto comienza a agar.

Pienso siempre en mis hijos, en todos y cada uno de ellos, en lo especial que son cada uno, y en sus diferencias que me hacen amarlos. Pienso en lo que fue la semana, y en lo que será la próxima. Ocasionalmente me distraigo en alguna bella ciclista rubia que me pasa por al lado, y sin quererlo me doy cuenta que acelero el paso.. será que soy tan necio que creo que podrá alcanzarla?.. Je Je!.

Las subidas de esta ruta son bien fuertes, hay casi 300 metros de desnivel, a casi 3,600 metros de altura. Y las piernas y cada una de las fibras de los músculos rechinan en mi interior cuando voy subiendo. Sólo pienso que ese “dolorcito” es transitorio, que como en la vida, esos dolores son los que te recuerdan que estás vivo, que respiras, que padeces y que disfrutas. Esos pequeños “microdesgarres” son los que luego se refuerzan y hacen el músculo más fuerte. Son los padecimientos que te hacen más resistente y perseverante.

Pronto, sin advertirlo llego al otro tope (policia acostado, o bump, como dicen los americanos). Y simplemente doy la vuelta sin parar, mientras, me como un gel de glucosa para mantener el nivel de azúcar en mi sangre y no cansarme ni acalambrarme.

La subida de vuelta parece increíble e insuperable, pero yo puedo más. Siempre he podido sacar de abajo, al igual que cuando parecía sentirme acabado, sacar cual mago del sombrero, una sonrisa; en este caso, un poco más de esfuerzo. La bajada, y lo fácil, siempre vienen después de la subida. Es ley de vida.

En mis audifonos una voz sensual del RunKeeper me dice que llevo casi 15 kilómetros. El tope de donde salí, está casi a la vista. Una vez llego a él, hago una parada de segundos para estirar las piernas, hago desplantes, me agacho, y evito que se me duerman las piernas. La estrategia sirve. Me siento nuevo… Y menos mal, porque aún falta mucho.

Hago el camino de vuelta de nuevo, y esta vez se hace más rápido. Será porque reconozco cada rincón por dónde acabo de pasar? No sé, pero sigo adelante.

Mis pensamientos una y otra vez saltan de tema en tema. Y aunque a veces reconozco que como Pinky y Cerebro, pienso en cómo acabar y conquistar el mundo, sobre todo acordándome de quien me ha hecho daño y como con un botón puedo retribuir lo hecho, me niego a ser como esa persona en particular. Soy mejor, lo siento, no voy a ceder a mi diablillo interno.

Pronto, entre idea e idea, la voz de mis auriculares interrumpe a Martin Garrix y me dice que ya voy por los 21Km. Hoy planifiqué pasar de 25, y calculo en mi ruta cuantos más debo seguir para caer de vuelta en mi restaurante o changarro mexicano favorito. La vuelta no se hace esperar, y lo que viene es en bajada, y como decimos los venezolanos “dale que no viene carro…” Tiro el resto de lo que hay en las piernas, subo  la velocidad, no importa que me duelan, si no me esfuerzo y doy lo más que pueda, de qué sirve hablar de retos.

El contador marca 26.5Km. Mi changarro me espera, mi sopa Azteca revive muertos está a unos metros. Es mi premio por el esfuerzo de hoy, y la doña que ya me conoce por tantos fines de semana, ni me pregunta que quiero, ni cómo la quiero. Mi sopa viene ardiendo, llena de queso, tortillas y un poco de chicharrón también. Parezco mexicano ya, y eso me hace muy felíz. Hay un par de guitarras al fondo, y entre la comida, el esfuerzo y la música, estoy en otro sitio. Estoy en paz. En un rato, de MI domingo iré a misa, es otra de las reconquistas de volver a ser yo mismo. Recordar las enseñanzas de los jesuítas de ir siempre más alto, más allá, y dar gracias por un camino que aunque a veces empedrado, siempre me ha llenado de sorpresas y gente amable, pues siempre les he abierto la puerta.

Sólo pienso en una cosa hoy. París está a sólo 16 kilómetros ya. Pero como me conozco bien, estoy seguro que cuando llegue allá, sólo pensaré en México y Nueva York 2015; no hay nada que no pueda hacer si no me lo trazo en la mente, y mientras los otros piensan que estoy loco, sólo me río y digo: “loco tú…”

Eduardo Cabrera

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Last modified: 7 de marzo de 2024